Por Andrés Mendieta
Este 7 de junio, Día del Periodista, tiempo en que El Repulgue vuelve a su página web, curiosamente nos encuentra sumidos en una paradoja trágica: mientras celebramos el compromiso de quienes construyen ciudadanía desde la palabra, atravesamos el mayor ataque sistemático a la libertad de expresión desde el retorno de la democracia.
Lo más alarmante es que este ataque proviene directamente del gobierno nacional y de su máximo líder, Javier Milei, cuyo populismo de derecha ha perfeccionado el manual autoritario del kirchnerismo. Al igual que Cristina Fernández, Milei ha convertido a la prensa crítica en chivo expiatorio, «la casta mediática» hoy, «los medios hegemónicos» ayer, instrumentaliza bases fanatizadas para ataques coordinados, sus «trolls libertarios» replican los «kumpas digitales, y estigmatiza periodistas con etiquetas deshumanizantes, «delincuentes con micrófono» vs. «terroristas mediáticos».
La paradoja es letal: quien prometió terminar con el relato kirchnerista hoy lo supera en eficacia represiva, sustituyendo el Lawfare denunciado por CFK por un Mediafare que judicializa y lincha mediáticamente al disenso.
Desde el inicio de su gestión, Milei ha hecho de la agresión verbal y la estigmatización de la prensa una marca registrada. Bajo la fachada de una «batalla cultural», ha desatado una cruzada contra todo disenso, utilizando métodos que –pese a su retórica anti-kirchnerista– son las mismas recetas autocráticas que usaba Cristina: señalamientos públicos, creación de chivos expiatorios y movilización de bases fanatizadas contra críticos. Periodistas y medios han sido humillados y puestos en riesgo por ataques directos del presidente o por la jauría digital que responde a sus consignas.
El Relator Especial para la Libertad de Expresión de la OEA, Pedro Vaca, ha sido contundente: hay un «deterioro acelerado» causado por la «baja tolerancia a las críticas» y los «discursos estigmatizantes desde altas autoridades». El informe de la CIDH dedica once páginas a Argentina, evidenciando cómo el populismo de derecha mileista comparte con el kirchnerismo su núcleo autoritario: la demonización del periodismo independiente como «enemigo del pueblo».
Milei no solo deslegitima el trabajo periodístico con epítetos como «corruptos» o «delincuentes con micrófono», sino que instala un discurso que convierte a la prensa en enemiga de «su verdad». Esta estrategia –donde las recetas autocráticas son las mismas que usaba Cristina aunque con distinto signo ideológico– busca controlar el espacio público mediante la polarización. El ataque a medios públicos, la opacidad informativa, la exclusión de periodistas críticos y el financiamiento a trolls forman parte de un manual autoritario que trasciende ideologías.
La RELE documenta que el 71% de los ataques a periodistas implicó violencia estatal, y el 27% provino directamente del Presidente. FOPEA reporta un aumento del 24% en agresiones, mientras ADEPA alerta sobre un «clima hostil» alimentado desde el poder. Las mujeres periodistas sufren especialmente esta violencia digital institucionalizada, donde la misoginia se amplifica mediante cómplices oficiales. Aquí se revela otra coincidencia entre populismos: tanto el kirchnerismo como el populismo de derecha mileista instrumentalizan el odio para silenciar críticas.
En este Día del Periodista, la celebración se transforma en resistencia. Resistir es informar. Es no callar. Es molestar.
Porque no hay liberalismo genuino sin libertad de expresión, ni República sin prensa libre. Cuando el poder convoca a «odiar más a los periodistas», evidencia que sus recetas autocráticas son las mismas que usaba Cristina: necesitan destruir el disenso para imponer un relato único.
Frente a los voceros del odio –ya sea bajo ropaje «liberal» o «nacional y popular»– los periodistas respondemos con rigor y memoria. No defendemos solo nuestro derecho a informar, sino el derecho de la sociedad a saber. Porque no hay libertad sin periodismo, ni democracia sin voces discordantes.


