Giuliano da Empoli es uno de los pensadores y ensayistas más lúcidos y necesarios de nuestro tiempo. Leerlo no solo es un ejercicio intelectual, es una urgencia para comprender el desconcierto contemporáneo.
En La hora de los depredadores, su diagnóstico sobre el presente es tan preciso como inquietante. Allí traza una imagen poderosa que funciona como prólogo simbólico: el emperador azteca Moctezuma II, frente a la llegada de Hernán Cortés, no logra decidir si enfrentarlo como enemigo o reverenciarlo como dios. Esa indecisión lo arrastra al desastre. Da Empoli recupera esta metáfora para describir la parálisis de las democracias liberales ante los nuevos conquistadores del siglo XXI, actores que combinan un poder político sin frenos con el dominio tecnológico absoluto.
Según Da Empoli, asistimos a una transformación profunda de los valores que alguna vez estructuraron el orden posterior a la Segunda Guerra Mundial. El respeto institucional, los derechos humanos y la protección de las minorías han sido desplazados por una lógica brutal, donde “los fuertes hacen lo que pueden y los débiles sufren lo que deben”, como ya lo advirtió Tucídides. Esa máxima antigua vuelve a regir el presente con crudeza.
En esta reconfiguración del poder global emergen dos grandes especies de depredadores. Por un lado, los líderes políticos de tipo “borgiano”, una categoría que remite a la figura de César Borgia y su desprecio por cualquier límite moral o legal. Trump, Bukele, Mohammed ben Salman, figuras cuya astucia no reside en la lectura de informes ni en la racionalidad institucional, sino en su capacidad para irrumpir, sorprender, descolocar. Trump gobierna desde la intuición, el caos y el instinto, despreciando cualquier procedimiento tradicional. El desorden no lo debilita, lo potencia.
Son dirigentes que convierten la transgresión en una virtud, violan las normas con el aplauso de las masas, prometiendo una refundación del sistema desde sus ruinas.
Bukele, en El Salvador, logró reducir la criminalidad suspendiendo garantías constitucionales. No importa cómo lo hizo, importa que lo hizo. En un mundo donde los resultados inmediatos pesan más que los principios, el procedimiento es un estorbo que puede ser descartado.
La segunda especie de depredadores es más novedosa y acaso más inquietante: los conquistadores tecnológicos. Elon Musk, Sam Altman, Eric Schmidt, entre otros, ya no son visionarios excéntricos sino arquitectos de un nuevo orden. Su poder no proviene del voto popular ni de las instituciones, sino del control de las infraestructuras digitales que modelan la percepción del mundo. La paradoja es contundente, mientras los políticos tradicionales, los “Moctezumas modernos”, se entregan a ellos con una mezcla de fascinación y sometimiento, estos nuevos oligarcas actúan al margen de toda lógica democrática. Da Empoli subraya que la Inteligencia Artificial, en su diseño actual, es inherentemente autoritaria: concentra poder, oculta sus procesos y delega decisiones vitales a sistemas que escapan al control ciudadano.
Entre ambas especies hay una alianza tácita, una simbiosis estratégica. Los políticos “borgianos” ofrecen territorios y sociedades como laboratorios experimentales a los dueños del mundo tech. A cambio, obtienen herramientas para profundizar su control.
El caso de Argentina bajo el gobierno de Javier Milei es paradigmático, se presenta como campo de pruebas para el desarrollo energético vinculado a la IA, mientras su retórica “anti-casta” es amplificada por algoritmos diseñados para convertir la ira en energía política. Es el rostro local de un fenómeno global, el caos, antes una herramienta de los revolucionarios, se vuelve el sello de los poderosos.
Vladislav Surkov, el cerebro detrás de la maquinaria de poder de Putin, a quien Da Empoli retrata ficcionalmente en El mago del Kremlin, ya había teorizado esta táctica, diseminar el caos afuera para consolidar el orden interno. Hoy, ese caos se vehiculiza a través de plataformas que alimentan la polarización y premian la desinformación.
La tecnología ha cambiado radicalmente la relación entre ataque y defensa. En el terreno físico, la disuasión nuclear volvió impensables las guerras entre grandes potencias.
En el ámbito digital, atacar es barato y eficaz, mientras defenderse es costoso y a menudo inútil. Ciberataques, campañas de desinformación, viralización de discursos violentos, son formas de agresión que las democracias no logran contrarrestar con los instrumentos tradicionales. Este nuevo desequilibrio da lugar a lo que Da Empoli llama “política cuántica”, una realidad fragmentada en burbujas informativas donde ya no existe un consenso básico sobre los hechos.
Las redes no propagan ideas, sino emociones. Miedo, resentimiento, indignación, esas son las mercancías que circulan. Y en el centro de todas, una emoción dominante, la ira de quienes se sienten traicionados por un sistema que dejó de representarlos.
En este escenario, la inacción de la política tradicional se vuelve trágica. Da Empoli es especialmente crítico con los demócratas estadounidenses y con la Unión Europea, incapaces de frenar o siquiera entender el avance de los gigantes tecnológicos.
Mientras China impone un férreo control estatal sobre su sector digital, incluso a costa de frenar la innovación, Occidente permitió que el poder se concentrara en manos privadas sin ningún contrapeso democrático. Europa, en particular, aparece como una potencia humillada: dependiente de la protección de Estados Unidos, y atrapada en una regulación digital que es vista como obstáculo pero que resulta, al mismo tiempo, impotente.
¿Existe una salida? Da Empoli no promete soluciones mágicas. Pero advierte que el primer paso es rechazar el ludismo: la tecnología no es el enemigo, sino su utilización sin reglas claras y sin control ciudadano. Hay que promover una alfabetización mediática que permita distinguir hechos de ficciones, crear relatos comunes que enfrenten a las narrativas del odio, y establecer marcos éticos donde la eficiencia tecnológica no pase por encima de la dignidad humana. El reto es claro, dominar la tecnología o ser dominados por ella.
Europa, dice Da Empoli, podría usar su humillación como punto de partida para una reacción. Aunque, por ahora, apenas se ven algunas señales. La advertencia final resuena como una llamada de urgencia, el escriba azteca que dejó testimonio de su propia conquista entendió que narrar la derrota no la evita, pero que ignorarla la vuelve inevitable.
En un mundo donde el fuego digital reemplaza al debate político y donde las instituciones titubean ante los nuevos conquistadores, la elección es simple pero dramática, reconstruir la democracia o sucumbir ante los depredadores.


