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Milei, los evangélicos y la sombra de los dólares sagrados

Javier Milei eligió el imponente templo «Portal del Cielo» en Chaco, una estructura faraónica con capacidad para 15.000 almas y un costo que oscila entre los 50 y 100 millones de dólares, para lanzar un mensaje político revestido de sacralidad.
Ante el pastor Jorge Ledesma y el hondureño-estadounidense Guillermo Maldonado (vinculado a Donald Trump), el presidente argentino declaró que «la justicia social es robarle a una persona el fruto de su trabajo» y equiparó al Estado con «la representación del Maligno en la Tierra».

Este acto no fue casual: en un momento de fragilidad política y económica, Milei buscó refugio en un sector que le ofrece red territorial y legitimidad ideológica. Para la ultraderecha global, los evangélicos se han convertido en intermediarios estratégicos para la sustentabilidad del proyecto, proporcionando estructura social a cambio de beneficios estatales.

Pero la puesta en escena tiene también otro destinatario, el Papado y todo lo que representa el catolicismo. No es menor que Milei, haya acusado al Papa Francisco de ser “el maligno en la Tierra”. No se trata solo de una provocación histriónica ni de una disputa ideológica superficial. Lo que subyace es el intento de neutralizar a la Iglesia Católica como uno de los pocos actores que, en nombre de una autoridad espiritual y moral, se atreve a denunciar las injusticias estructurales, el desprecio por los pobres y el vaciamiento del Estado.

Como bien advirtió el teólogo brasileño Leonardo Boff, cuando la Iglesia se pone del lado de los desposeídos, se convierte automáticamente en enemiga de los poderosos. Y eso, en los esquemas del poder neoliberal, no se perdona. El ataque discursivo contra el Papa busca deslegitimarlo como referente global de una ética social, en un contexto donde todo intento de construir una conciencia solidaria es interpretado como una amenaza a la lógica del mercado.

Esta alianza tiene raíces profundas que se extienden más allá de las fronteras argentinas.
El auge evangélico en América Latina es fruto de una ingeniería geopolítica estadounidense diseñada durante la Guerra Fría. Cuando Nelson Rockefeller advirtió a Richard Nixon en 1969 que «la Iglesia Católica ya no era un aliado confiable», refiriéndose a la creciente influencia de la Teología de la Liberación, Washington activó un plan meticuloso. La CIA comenzó a promover iglesias pentecostales como barrera anticomunista, mientras la Fundación Rockefeller financiaba misiones con doble propósito. Ejemplo emblemático fue el Instituto Inter-lingüista de Verano (1930), que usaba la Biblia para alinear comunidades indígenas amazónicas con intereses de petroleras como Texaco. En Guatemala, misiones sanitarias de la Junta Rockefeller sirvieron de pantalla para vigilar movimientos revolucionarios. El objetivo era claro: sustituir la revolución social por la salvación individual.

Esta estrategia encontró su doctrina perfecta en la Teología de la Prosperidad, que vincula riqueza material con bendición divina. Según investigadores como Ariel Goldstein del CONICET, esta narrativa «promueve el culto al esfuerzo personal», naturalizando desigualdades y desmovilizando demandas colectivas.

Es aquí donde el espectáculo chaqueño adquiere un tinte grotesco. Jorge Ledesma, anfitrión de Milei, relata «milagros» que parecen parodias del neoliberalismo: la conversión sobrenatural de 100.000 pesos a 100.000 dólares en una caja fuerte («La contadora debe declarar ese milagro», bromeó Cristian, hijo de Ledesma), una mujer que recuperó un dedo amputado «con uña pintada», diamantes que aparecen como polvo celestial y un ciego que conduce automóvil pese a diagnósticos médicos. Mientras el fiscal Patricio Sabadini investiga el origen de los 100 millones en efectivo que financiaron el templo, en una provincia donde el 49% vive en pobreza, estos relatos exponen el núcleo materialista de una fe convertida en espectáculo.

Argentina se ha transformado en laboratorio de esta simbiosis entre ultraderecha y evangélicos. Milei replica el manual de Bolsonaro y Trump. Su gobierno designó a la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas (ACIERA), afín a su ideario, para distribuir 177 millones de dólares en asistencia alimentaria, desplazando a organizaciones peronistas.

Ligia Wurfel de ACIERA admite sin tapujos que el convenio «fortalece como institución», mientras la pastora Beatriz Maciel explica que los comedores son «herramienta para seguir el ejemplo de Cristo». La instrumentalización es bidireccional: pastores como Gabriel Ballerini, cercano al ideólogo Agustín Laje, justifican el uso político del púlpito para la «batalla cultural», y participarán con Milei en eventos como el «Derecha Fest».

Pero esta alianza muestra grietas. Tres organizaciones evangélicas históricas, FAIE, PSE y AIPA, publicaron una carta titulada «No es Moisés, es como el Faraón», comparando a Milei con el opresor bíblico que «esclavizó al pueblo de Dios».
El pastor Walter Ghione, diputado provincial, desmonta la teología mileista: «Decir que el Estado es el Maligno contradice la Biblia. Toda autoridad viene de Dios […] El capitalismo sin ética también puede ser instrumento del maligno». La comunidad evangélica argentina, lejos de ser monolítica, refleja esta tensión: mientras ACIERA apoya al gobierno, otras ramas denuncian la cooptación.

El telón de fondo es una geopolítica continental. Estados Unidos cultivó por décadas estos vínculos para asegurar aliados que promueven el libre mercado, combaten el «terror rojo» y apoyan su agenda en Medio Oriente (el sionismo cristiano es masivo en estas iglesias). El modelo ha dado frutos: desde Jimmy Morales en Guatemala hasta Bolsonaro en Brasil, pastores convertidos en políticos impulsan agendas conservadoras contra aborto, derechos LGBT y «ideología de género».

La visita de Milei a Chaco revela así un proyecto peligroso, la fusión del fundamentalismo de mercado con el fundamentalismo religioso. Si Estados Unidos usó esta alianza para desactivar revoluciones, Milei la emplea para vaciar el Estado y transferir sus funciones a iglesias adeptas. Pero los «milagros» de dólares y dedos regenerados son la punta de iceberg de un sistema donde fe y dinero se confunden, mientras la pobreza se espiritualiza y la desigualdad se santifica.

Argentina enfrenta el riesgo de una teocracia neoliberal donde Dios justifica todo, incluso la opacidad financiera y el desmantelamiento social, mientras pastores proclaman prodigios inverificables desde templos construidos con misteriosas lluvias de dólares.

Como advierte Ghione, la verdadera batalla cultural no se libra con prepotencia, sino con verdad. Y la verdad, en este caso, huele a lavado de dinero y geopolítica vestida de milagro.

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