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El Peronismo jujeño residual: El asado de los crononáuticas perdidos

Por Andrés Mendieta

Mientras los argentinos y los jujeños intentan salir del laberinto, en Jujuy un grupo de políticos extraviados en los pliegues del tiempo celebraba su propio Día de la Marmota.

Un peronismo residual ofreció un banquete digno de estudio antropológico: un asado opíparo donde se sirvió nostalgia a la parrilla y ambiciones marinadas en ilusiones.

El diagnóstico era evidente, cualquier médico en la mesa —si hubieran invitado a uno en vez de a puros excargos— habría diagnosticado en acta: «Síndrome agudo de desfase crónico».

Estos peronistas disidentes, auto desplazados del PJ y del siglo XXI, discutían estrategias y candidaturas como si la provincia no les hubiera retirado el cheque en 2015. Su síntoma principal: confundir Jujuy con un agujero de gusano al pasado.

Aquí, la radiografía se complejiza, si el PJ hoy tiene un secuestrador, se llama La Cámpora: horda de fanáticos que abrevan en un rancio setentismo tardío. Pero hete aquí el drama: ¡el pasado no se contrarresta con más pasado! Mientras los residuales añoran los 90, los camporistas fetichizan los 70. Dos caras de una misma moneda fuera de circulación.

¿Su patología compartida? Incapacidad para leer los signos vitales de la Argentina y de Jujuy.

Mientras la sociedad clama por soluciones austeras, los residuales derrochan en autocomplacencia carnosa y los camporistas en dogmatismos trasnochados.

Mientras el electorado exige responsabilidades, unos brindan por futuros imaginarios y otros por revoluciones museísticas.

El problema no es de arrugas ni canas, aunque algunos prefieran culpar al calendario. El núcleo del fracaso es más profundo: no hay una sola oferta que seduzca al electorado del 2025.

Tal es el delirio reinante, que mientras los pedazos de vacíos y costillas corrian sin solución de continudad, entre bambalinas se hablaban o se auto procalaban algunas candidaturas.

Ariel Machaca, lord mayor de Abrapampa, recientemente auto percibido radical, ahora pretende auto percibirse de nuevo peronista, y generosamente ofreció su nombre para encabezar la nómina de candidatos a diputados nacionales.

No fue el único, también detrás de una columna de la señorial casona, el ex intendente del Carmen y ex responsable del ANSES Jujuy, Adrián Mendieta también expresaba su voluntad de encabezar la nómina de candidatos a diputados nacionales, pero sus pretensionesse ponen en duda cuando algunos comienzan a preguntarsobre su performance electoral el pasado 11 de mayo.

Que fuera de la nómina de diputados provinciales, y juró volver, y quiere volver como candidato a diputado nacional, Pedro Belizán también comento a propios y ajenos que está dispuesto a dar pelea para llegar a apoyas sus asentaderas en las cómodas bancas del Congreso de la Nación.

Ambos bandos —los residuales y los camporistas dogmáticos— cocinan el mismo guiso recalentado: recetas políticas que ya demostraron su fracaso en la realidad provincial.

Los primeros sazonan con vasallaje añejo; los segundos con setentismo rancio. Lo trágico es la incapacidad congénita para entender los nuevos tiempos: no perciben que la sociedad hoy exige soluciones concretas para la generación de puestos de empleo, seguridad que desaparece y educación que naufraga.

Mientras ellos discuten qué versión del pasado revivir, la ciudadanía clama por futuro.

Su verdadera derrota no es electoral: es existencial. Confunden «tradición» con «repetición», y así condenan al peronismo a ser un museo de ideas caducas donde nadie paga entrada.

El término «residual» les queda grande: son el sedimento de una política que la historia ya licuó.

Se perciben como alternativa cuando su único consenso social es ser coautores del deterioro. Su reunión no fue un congreso revitalizador, sino el último refugio de una vieja guardia que niega su propia irrelevancia.

Como náufragos que ignoran el hundimiento de su barco, discuten estrategias sobre un mapa que ya nadie usa. La cruda realidad es que el electorado los abandonó hace años, pero ellos insisten en actuar como si la provincia aún les debiera lealtad. Su diagnóstico es simple: autoexiliados del presente, confunden la nostalgia con proyecto y el humo del asado con oxígeno político.

Si este asado fuese un triaje, el veredicto sería: «Pacientes en estado de negación terminal. Alta médica a la realidad: denegada».

En esas brasas jujeñas no se cocinó un proyecto. Se asó la última ilusión de fantasmas que no entienden por qué nadie teme sus apariciones. Mientras sigan creyendo que el poder se recupera entre chistes, churrascos y diagnósticos errados —o en arengas setentistas igualmente anacrónicas— seguirán siendo lo que son: dos facciones de un mismo anacronismo, con olor a humo y sabor a derrota.

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