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La Iglesia vuelve a incomodar al poder

La relación entre el gobierno de Javier Milei y la Iglesia Católica atraviesa un momento de creciente tensión. Las grietas que comenzaron a insinuarse en los primeros meses de gestión hoy ya son visibles y profundas. Y si algo enseña la historia reciente de la Argentina, es que cuando la Iglesia toma posición en temas que afectan directamente a la ética pública y al bien común, el poder político —sea del color que sea— reacciona con incomodidad, cuando no con hostilidad.

Esa tensión se expresó con claridad tanto en el sermón de Monseñor Jorge Ignacio García Cuerva en el Tedeum del 25 de Mayo, como en el reciente mensaje del capellán castrense Ariel Pasetti durante el homenaje a Martín Miguel de Güemes.

En ambos casos, sin mencionar nombres propios ni partidos políticos, las palabras pronunciadas ofendieron a quienes hoy detentan el poder. Y no es para menos: cuando se habla de verdad, justicia, valores y límites en una época de insulto como bandera, de desprecio por la solidaridad y de apología del egoísmo como proyecto de país, los gestos pastorales se convierten en señales políticas.

García Cuerva no dudó en denunciar el “terrorismo de las redes” y el modo en que, en nombre de una supuesta libertad, se ha habilitado una violencia verbal sin límites, una degradación del debate público y una forma de cancelación encubierta bajo el cinismo de la provocación constante. La respuesta no tardó en llegar: la diputada nacional Lilia Lemoine, una de las figuras más representativas del oficialismo libertario, salió a cruzarlo en redes sociales.

En tono burlón y con la falta de humildad característica del espacio gobernante, le preguntó por qué no criticaba a los periodistas “que mienten”, acusándolo de preocuparse más por las formas que por el contenido. Y no se quedó ahí: comparó al arzobispo con alguien que se habría escandalizado de Jesús por volcar las mesas de los mercaderes en el templo. Una lectura grosera y ahistórica del Evangelio, usada para justificar la violencia simbólica en la que se apoya la lógica de poder libertaria.

Pero la incomodidad oficial no se limita a las palabras de García Cuerva. Ahora, en Salta, fue el turno del capellán castrense Ariel Pasetti, quien —sin nombrar a nadie— puso en cuestión la idea libertaria de que la libertad consiste simplemente en hacer lo que a uno le plazca. Desde su rol como guía espiritual de las fuerzas armadas, Pasetti recordó que la auténtica libertad no es un permiso para el capricho ni una licencia para el egoísmo, sino una potencia del alma que se cultiva a través de la verdad, la responsabilidad y el servicio. “Se habló mucho de derechos, pero casi nada de deberes”, advirtió, y concluyó con una apelación directa a los valores fundacionales de la Patria: no la libertad del “todo vale”, sino la de “las almas rectas” que luchan por lo bueno, lo justo y lo verdadero.

La Libertad Avanza aún no ha reaccionado oficialmente a estas palabras, pero es probable que lo haga. Porque lo que molesta no es la teología ni la filosofía moral de estos mensajes, sino el espejo que colocan frente a un proyecto político que ha hecho del individualismo su dogma.

Así como en su momento Néstor y Cristina Kirchner acusaron a Jorge Bergoglio de ser “el jefe de la oposición”, hoy muchos en La Libertad Avanza ven en cada sermón un acto de subversión. No toleran la crítica, y menos aún si proviene de figuras con legitimidad moral y contacto directo con el pueblo.

El intento de desacreditar a la Iglesia con acusaciones de hipocresía o de injerencia política no es nuevo. Pero lo que no se quiere ver es que, en la historia argentina, la Iglesia no ha sido complaciente con ningún poder cuando percibe que están en juego valores fundamentales. Y cuando eso ocurre, su voz se vuelve incómoda, no por partidaria, sino por evangélica.

Lo que se está configurando es una escena que recuerda demasiado al pasado: un gobierno que se declara liberal pero que no tolera la disidencia, un liderazgo que se dice defensor de la libertad mientras exige obediencia ciega, y una Iglesia que, con prudencia pero con firmeza, le recuerda al poder que no todo está permitido, que no todo se compra ni se insulta, que hay límites que no se deben cruzar.

Hoy es García Cuerva, ayer fue Bergoglio, mañana será Ariel Pasetti. Siempre habrá una voz que se alce desde los valores espirituales para recordar que una nación no se construye solo con equilibrio fiscal y déficit cero, sino también con respeto, compasión y verdad.

Si eso molesta al gobierno libertario, el problema no está en la Iglesia, sino en su espejo.

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